miércoles, 10 de mayo de 2017

Sartre y su padre.

Jean-Paul Sartre nos refiere algunas cuestiones acerca de su padre Jean-Baptiste Sartre, un oficial naval, en su libro, las palabras:
"En  1904,  en  Cherbutgo,  siendo ya  oficial  de  marina  y  devorado  por  las  fiebres  de  Cochinchina,  conoció a  Anne-Marie Schweitzer,  se  apoderó  de  esta  mujerona enamorada,  se  casó  con  ella,  le  hizo  un  hijo  al galope, a  mí,  y  trató  de  refugiarse  en  la  muerte. 
La  muerte  de  Jean- Baptiste  fue  el  gran  acontecimiento  de  mi  vida:  hizo  que  mi  madre volviera  a  sus  cadenas y  a    me  dio  la  libertad... No  existe  el  buen  padre,  es  la  regla:  no  cabe  reprochárselo  a  los  hombres,  sino  al  lazo  de paternidad,  que está  podrido.  Hacer  hijos  está  muy  bien,  pero  ¡qué  iniquidad  es  tenerlos!

Si  hubiera  vivido,  mi  padre  se  habría echado  encima  de    con  todo  su  peso  y  mehabría aplastado...
Dejé  detrás  de    a  un  joven  muerto  que  no  tuvo  el  tiempo  de  ser  mi  padre  y  que  hoy podría  ser  mi  hijo.  ¿Fue un  mal  o  un  bien?  No  sé;  pero  suscribo 
gustosamente el veredicto de  un  eminente  psicoanalista:  no  tengo  superyó.

Morir  no  basta:  hay  que  hacerlo  a  tiempo. 
Mi  padre  había  tenido  la  galantería  de  morir  culpablemente;  mi  abuela  no  hacía  
más que repetir  que  se había  sustraído  a  sus  obligaciones;  mi  abuelo,  justamente  
orgulloso  de  la longevidad  de  los  Schweitzer,  no  admitía  que  se  pudiese  
desaparecer  los  treinta  años;  en vista  de  lo  sospechosa  que  era  esa  muerte,  llegó a  dudar de  que  su  yerno  hubiera  existido alguna  vez,  y  al  final lo  olvidó.  Yo  ni  siquiera  tuve  que  olvidarlo;  al  despedirse  a  la francesa,  Jean-Baptiste  me  había  negado  el placer  de  conocerlo.  Aún  hoy  me  extraña  lo  poco que sé  sobre  él.  
Sin  embargo,  amó,  quiso  vivir,  se  vio  morir;  eso  basta  para  hacer  a  todo  un 
hombre.
Pero nadie en  mi  familia  supo  infundirme  curiosidad  por  ese  hombre...nadie  recuerda  si  me  quiso,  si  me tuvo  en  brazos,  si  volvió  hacia  su  hijo  sus  ojos  claros,
hoy  comidos.  Son  penas  de  amor  perdidas...ese padre ni  siquiera  es  una  sombra,  ni  siquiera una  mirada.  Durante  algún  tiempo,  hemos  
pisado  él  y  yo  sobre  la  misma tierra;  eso  es  todo"...



domingo, 23 de abril de 2017

Esta búsqueda del placer...

"Esta búsqueda del placer rara vez se reduce al simple ejercicio de una función; por lo común es una aventura en que cada miembro de la pareja realiza su existencia y la del otro de una manera singular; en el deseo, la turbación, la conciencia se hace cuerpo para alcanzar al otro como cuerpo para fascinarlo y poseerlo; hay una doble encarnación recíproca y transformación del mundo que se vuelve mundo del deseo. La tentativa de posesión fracasa fatalmente, puesto que el otro sigue siendo sujeto; pero antes de concluir, el drama de la reciprocidad es vivido en el abrazo bajo una de sus formas más extremas y reveladoras. Si adopta la figura de una lucha engendra hostilidad; la más de las veces implica una complicidad que inclina a la ternura. En una pareja que se ama con un amor en que se suprime la distancia del yo al otro, aun el fracaso es superado.
Dado que en el abrazo amoroso el sujeto se hace existir como cuerpo fascinante, tiene una cierta relación narcisista consigo mismo. Sus cualidades viriles o femeninas son afirmadas, reconocidas; se siente valorizado. Ocurre que la preocupación de esa valorización ordena toda la vida amorosa; se convierte en una perpetua empresa de seducción, una constante afirmación de vigor viril, de encanto femenino: la exaltación del personaje que se ha elegido representar. 
Como se ve, las gratificaciones que el individuo saca de actividades sexuales son de una gran diversidad y de una gran riqueza. Ya busque ante todo el placer, o la transfiguración del mundo por el deseo, o cierta representación de sí, ya apunte a todos esos fines al mismo tiempo, se comprende que el hombre o la mujer se resistan a renunciar a ellos"...
Simone de Beauvoir en "la vejez" (1970).

martes, 24 de noviembre de 2015

Sartre en la segunda guerra mundial, su transformación y la fundación del movimiento Socialismo y Libertad.

Sartre en la segunda guerra mundial, su transformación y la fundación del movimiento Socialismo y Libertad.


“Así pues, yo estaba allí, en el frente, vestido de uniforme, que por cierto me quedaba muy mal, en medio de otras personas que llevaban el mismo uniforme que yo; teníamos una relación que no era familiar ni amistosa y que sin embargo era muy importante. Desempeñábamos papeles que nos eran distribuidos desde fuera. Yo lanzaba globos meteorológicos y lo miraba con un anteojo. Me habían enseñado a hacerlo cuando ni siquiera pensaba que lo utilizaría, durante el servicio militar. Y allí estaba en el frente, haciendo ese oficio, entre desconocidos, que hacían el mismo trabajo que yo, que me ayudaban a hacerlo, a quienes yo ayudaba. Mirábamos cómo subían los globos de entre las nubes a algunos kilómetros de distancia del ejército alemán, donde había soldados como nosotros, que también se ocupaban de eso, y donde había otros soldados que se disponían a atacarnos. Eso era un hecho absolutamente histórico. Me encontré bruscamente dentro de una masa, en la que me habían asignado un papel concreto y estúpido que debía interpretar y que interpretaba frente a otros individuos, vestidos como yo con uniformes militares, y que tenían la función de desbaratar lo que nosotros hacíamos y, al final, atacar.
La segunda, y la más importante toma de conciencia, se produjo por la derrota y el cautiverio. A partir de cierto momento, fui retrocediendo hacia otras posiciones junto con mis compañeros; llegamos en camión a una ciudad; nos instalamos en ella; dormíamos en las casas de los lugareños; nos enfrentábamos con alsacianos de mentalidad muy variable. Recuerdo a un campesino alsaciano que estaba a favor de los alemanes y que sostenía tesis progermánicas, en contra de las nuestras; dormíamos, nos marchábamos, pero no sabíamos si escaparíamos del ejército alemán. Nos quedamos en aquella zona  tres o cuatro días. Los alemanes se acercaron. Una noche oímos los cañonazos que disparaban sobre un pueblo a una decena de kilómetros de donde nosotros estábamos; lo veíamos bien al final de la llana carretera, y sabíamos que los alemanes llegarían al día siguiente. Y también entonces me impresionaron históricamente aquellos hechos, que eran pequeños acontecimientos que no se escribirían en ningún libro de texto, en ninguna historia de la guerra; un pueblecito era bombardeado; otro esperaba ser tomado al día siguiente. Había gente acorralada allí, esperando que los alemanes se ocuparán de ellos. Yo fui a acostarme; habíamos sido abandonados por nuestros oficiales que fueron a pasearse por el bosque vecino con una bandera blanca en la cabeza y fueron hechos prisioneros como nosotros, pero a diferentes horas. Soldados y sargentos nos quedamos allí, nos dormimos y a la mañana siguiente oímos voces, disparos, gritos. Me vestí rápidamente; sabía que aquello quería decir que iba a caer prisionero. Salí; había dormido en la casa de unos campesinos situada en la plaza del pueblo; y salí; y recuerdo que tuve la impresión de que interpretaba una escena en una película, de que aquello no era verdad. Había un cañón que disparaba contra la iglesia, donde sin duda se habían escondido resistentes llegados la víspera; no era ciertamente gente de nuestro batallón, puesto que no soñábamos resistir, además tampoco disponíamos de medios.
 Atravesé la plaza bajo el fuego de los alemanes, para llegar donde ellos estaban; me empujaron y me metieron dentro de un inmenso grupo de muchachos que iban hacia Alemania. Esto lo he contado ya en La Muerte en el Alma pero lo atribuí a Brunet. Caminábamos y no sabíamos muy bien qué iban a hacer con nosotros. Algunos esperaban que nos liberarían dentro de ocho o quince días. Eso ocurrió el 21 de junio, día de mi cumpleaños y día del armisticio. Caímos prisioneros unas horas antes de que se firmará el armisticio. Nos llevaron a un cuartel de la gendarmería, y también allí entendí qué era la verdad histórica. Me enteré de que yo vivía en una nación expuesta a diferentes peligros y que estaba expuesto a esos peligros. Había una especie de unidad entre los hombres que estaban allí; una idea de derrota, una idea de estar prisionero, que en aquel momento parecía mucho más importante que todo lo demás. Todo lo que antes había escrito y aprendido, ya no me parecía válido, ya no tenía un contenido. Había que estar allí, comer cuando nos daban de comer, lo que sucedía pocas veces; algunos días no comíamos absolutamente nada porque no habían previsto que fuéramos tantos los prisioneros. Dormíamos en aquel cuartel, en el suelo, en diferentes sitios. Yo estaba en la buhardilla con un montón de compañeros, dormíamos en el suelo, muertos de hambre, y así pasamos dos, tres días, como muchos compañeros, delirando, porque no teníamos nada que comer, echados en el suelo; había horas de delirio y horas de sangre fría, eso dependía. Los alemanes no se ocupaban de nosotros. Nos amontonaron aquí, y luego, un buen día, nos dieron un poco de pan y empezamos a estar mejor. Y después, por último, nos metieron en un tren y nos llevaron a Alemania. Aquello fue un duro golpe, pues aún éramos vagamente optimistas. Yo pensaba que nos quedaríamos allí, en Francia, y que un buen día, cuando los alemanes se hubieran instalado nos dejarían en libertad y nos enviarían a casa. Cosa que no estaba dentro de sus cálculos, pues nos llevaron más allá de Tréveris, a un campo de prisioneros; al otro lado del campo había una carretera y, al otro lado de la carretera, un cuartel alemán. Yo seguí prisionero sin hacer nada. No hacía nada, charlaba con los prisioneros, hice algunas amistades, con los curas, con un periodista.
Permanecí en Alemania hasta el mes de marzo. Y aquí conocí de una manera extraña, pero que me marcó, a una sociedad con clases, series, gente que estaban en unos grupos, y gente que estaban en otros; una sociedad de vencidos, alimentados por un ejército que les tenía prisioneros. Y sin embargo, la sociedad entera estaba allí. No había oficiales, éramos simples soldados; yo era soldado raso, y aprendí a obedecer órdenes malintencionadas, a comprender lo que era un ejército enemigo. Como todo el mundo, mantenía relaciones con los alemanes, ya para obedecerles, ya para escuchar sus conversaciones ineptas y orgullosas; allí estuve hasta que me hice pasar por civil y me liberaron. Me llevaron en tren hasta Drancy y me metieron en unos cuarteles de guardias móviles, unos cuarteles inmensos como rascacielos. Había tres o cuatro, llenos de prisioneros; a los quince días me pusieron en libertad.
Había descubierto en cierto modo, un mundo social y había averiguado que estaba forjado por la sociedad, al menos desde cierto punto de vista; pero forjado en mi cultura, y en algunas de mis necesidades, en mi manera de vivir. Había sido reformado en cierto modo por el campo de prisioneros. Vivíamos en grupo, apiñados, nos tocábamos todo el tiempo y recuerdo haber escrito que, en mi primer día de libertad en París, quedé extrañado al ver a la gente, sentada en un café, a tales distancias. Aquello me parecía un espacio desperdiciado. Volví, pues, a Francia, con la idea de que los otros franceses no se daban cuenta de eso; de que algunos sí se daban cuenta, los que habían sido puestos en libertad, pero que no había nadie que les decidiera a resistir. Eso era lo primero que había que hacer al volver a París: crear un grupo de resistencia; reunir, poco a poco, el mayor número de gente para la resistencia y crear un movimiento de violencia que echara a los alemanes. No estaba seguro de que fuera posible, pero teníamos un 80% de posibilidades (siempre fui optimista) de lograrlo; ellos tenían un 20 %. Incluso en ese caso, pensaba que era necesario resistir, a pesar de todo, porque terminarían por cansarse, de una u otra manera; al igual que Roma, que conquistaba territorios pero terminaba perdiéndose en ellos.
El fascismo se presentaba primeramente como un anticomunismo y, por consiguiente, una de las resistencias era ser comunista, o al menos socialista. Es decir, tomar una postura absolutamente opuesta a la del nacionalsocialismo. La mejor manera de oponerse a los nazis era insistir en el deseo de una sociedad socialista. Por eso creamos el movimiento Socialismo y Libertad”.


Fuente: Conversaciones con Jean Paul Sartre. Editorial Hermes.

miércoles, 22 de julio de 2015

Simone de Beauvoir y la vejez.

Las mujeres jóvenes tienen un sentido agudo de lo que conviene hacer y no hacer cuando se deja de ser joven. “No comprendo, dicen, que después de los cuarenta años alguien pueda teñirse de rubio, exhibirse en bikini o coquetear con los hombres. Yo, cuando tenga esa edad…” Esa edad llega: y se tiñen de rubio, usan bikinis y sonríen a los hombres. De la misma manera decretaba yo a los treinta años: “Después de los cuarenta años, hay que renunciar a cierto tipo de amor”. Detestaba lo que yo llamaba “los pellejos” y me prometía formalmente poner el mío en su lugar cuando se le hubiera pasado el momento…” Esto no me había impedido meterme en un asunto a los treinta y nueve años (refiriéndose a su relación con Nelson Algreen). Ahora tenía 44 años (esto en 1952), estaba relegada al país de las sombras pero, como ya he dicho, si mi cuerpo se avenía a ello, mi imaginación no se resignaba. Cuando se me ofreció la ocasión de renacer una vez más, la tomé. (Esto último en alusión a su relación con Claude Lanzmann, 17 años menor que ella, y con el único con quien terminaría viviendo por varios años).

Con este texto se abre la segunda parte del libro “La Fuerza de las Cosas”, de Simone de Beauvoir, en su capítulo sexto. Libro que sería publicado en el año de 1963, al contar Simone con 55 años de edad. Y es un texto a reflexionar, porque, efectivamente, a todos nos pasa, que criticamos estando jóvenes, como si nunca fuéramos a llegar a determinada edad, como si nuestra juventud fuese eterna. Cuando estamos pequeños pensamos que los adolescentes y adultos son "viejos", y cada vez que nos vamos acercando a una edad en la que considerábamos a una persona como "vieja", nuestra percepción cambia completamente, y ahora nos consideramos "todavía jóvenes" y nos sentimos mal, por haberle dicho "vieja" a una persona que no lo era, claro, ahora estamos en esa edad, pero es un círculo, pues ahora los más jóvenes son los que nos juzgaran a nosotros y a nuestros actos, y dirán: yo no haré eso a su edad...el tiempo se encargara de ponerlos en su lugar...

En las Fotos siguientes:
Primer foto: Nelson Algreen, escritor norteamericano, con quien Simone tuviera un tórrido romance.
Segunda foto: Claude Lanzmann, Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre.
Tercer foto: Claude Lanzmann, en la actualidad. Tras la muerte de Simone, se quedó con la dirección de la revista le Temps Modernes, revista que fuera fundada por Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre y Merleau-Ponty



Nelson Algreen, escritor norteamericano,con quien Simone tuviera un tórrido romance.





Claude Lanzmann, Simone de y Jean-Paul Sartre.


Claude Lanzmann, en la actualidad. Tras la muerte de Simone, se quedó con la dirección de la revista le Temps Modernes, revista que fuera fundada por Simone de r, Jean-Paul Sartre y Merleau-Ponty

jueves, 16 de julio de 2015

La inocencia y el despertar de la curiosidad de la pequeña Simone de Beauvoir

La inocencia y el despertar de la curiosidad de la pequeña Simone de Beauvoir.

En 1919 cuando Simone de Beauvoir contaba tan sólo con 11 años, sus padres se mudan de casa a un departamento menos costoso, por lo que para preparar la mudanza sin pendientes, deciden dejarla a ella y a su hermana en casa de su tía Helene, y así, conviviendo con su prima Madeleine, un poco mayor que ella y dado que a Simone le habían prohibido leer ciertos libros o incluso, su madre Francoise, pinchaba con alfileres algunas hojas de ciertos libros, advirtiéndole que eran capítulos que no debía leer. Y  dado que la prohibición que genera la curiosidad y se convierte en un deseo, ese deseo de descubrir qué es aquello que nos prohíben, se dio también en la mayor de la Beauvoir. Aprovechando que estaría con su prima, a la que sí la dejaban leer libros, que sus padres no le permitían, como los “Tres Mosqueteros”, decidió preguntarle a su prima Madeleine de qué trataban los libros prohibidos.

 Entonces, su prima le “explicó” los términos “querida” y “amante”, de la siguiente manera:

“Si tu mamá y mi papá se quisieran, ella sería su querida y él su amante”.

Continuando con las confidencias, su prima le informó de la manera en que nacen los hijos. Simone afirma que se quedó asombrada y confundida, pues había imaginado que los secretos guardados por los adultos tenían mucha importancia…además de que la forma maliciosa en que su prima se lo contaba no coincidía con la insignificancia de sus revelaciones. La pequeña Simone se puso a meditar durante largo tiempo, dado que su prima no había mencionado el problema de la concepción, ella no podía admitir que la ceremonia de casamiento hiciera surgir en el vientre de la mujer un cuerpo de carne; debía ocurrir entre los padres algo orgánico. Nos señala que las expresiones "lazos de la sangre", "hijos de la misma sangre", "reconozco mi sangre", le sugirieron que el día de la boda y una vez por todas se hacía una transfusión de un poco de sangre del marido en las venas de las mujer; era una operación solemne, a la cual asistían el sacerdote y algunos testigos elegidos.” 


Fuente: Memorias de una joven formal. (1958).

viernes, 10 de julio de 2015

Simone de Beauvoir y su tremenda caída de la bicicleta, la pérdida de su diente y el extraño lugar donde lo encontró.

Simone de Beauvoir y su tremenda caída de la bicicleta, la pérdida de su diente y el extraño lugar donde lo encontró.



Con la Bicicleta, su compañera en los viajes por Francia.


A Simone de Beauvoir le gustaba mucho viajar, conocer distintos lugares, no sólo de Francia, sino de otros países, así, y conforme fueron aumentando sus ingresos se dio el gusto de viajar por lugares tan diferentes como Japón, México, Guatemala, Marruecos, Portugal, Egipto, Estados Unidos, etc., pero cuando era joven y sus ingresos todavía no eran muy elevados, entonces igual disfrutaba de los viajes, en bicicleta, la acompañaban a veces diferentes amistades, pocos le seguían el paso, a veces iba con su amigo Bost, otras con su compañero de vida, Sartre, a veces viajaban incluso a pie. En una ocasión, Sartre no le aguantó el paso, y ello no era obstáculo para Simone, pues ella se iba sola a recorrer, a conocer los lugares, a disfrutar de la naturaleza al aire libre; es en su libro “La Plenitud de la vida” donde nos relata de esos viajes, y lo hace de una manera tan amena y descriptiva, que verdaderamente uno se imagina acompañándola por esos lugares, atravesando ciudades hermosas de esa Francia de finales de los años 30´s y principios de los 40´s. Esos años previos y durante la Segunda Guerra Mundial, en la que Francia sufriría la invasión de su territorio por tropas alemanas. 

En una de esas anécdotas de sus viajes en bicicleta, Simone nos relata una especialmente chistosa, pero dejemos que sea ella misma la que se los refiera:

“Desde Niza subimos a la ruta de los Alpes y pasamos por el puerto de los Allos. Una hermosa mañana soleada emprendimos la etapa que debía conducirnos a Grenoble, a casa de Colette Audry. Almorzamos en lo alto de una garganta y tomé vino blanco: no mucho, pero aquel sol a plomo era suficiente para que el alcohol se me subiera levemente a la cabeza. Empezamos a bajar la pendiente; Sartre iba a unos veinte metros delante de mi; de pronto, encontré a dos ciclistas que ocupaban como yo el centro del camino más bien tirando hacia su izquierda; para cruzarlos me corrí hacia el lado donde el terreno estaba libre, mientras ellos se apresuraban a tomar su derecha; me encontré de narices con ellos; mis frenos respondían apenas, imposible detenerme; pasé aún más a la izquierda y patiné sobre el pedregullo del costado a pocos centímetros del precipicio. Pensé en un relámpago: "¡Y sí! ¡Hay que cruzar a la derecha!". Y luego: "¿Es esto la muerte?" Y morí...



Cuando abrí los ojos, estaba de pie, Sartre me sostenía de un brazo; lo reconocía, pero todo estaba oscuro en mi cabeza. Subimos hasta una casa donde me dieron un vaso de aguardiente, alguien me limpió la cara, mientras Sartre trepaba en su bicicleta para ir a buscar a un médico que se negó a venir. Cuando Sartre regresó, yo había recobrado un poco mi lucidez; recordaba que estábamos de viaje, que íbamos a ir a ver a Colette Audry. Sartre sugirió que volviéramos a montar sobre nuestras bicicletas: no habría que cubrir más que unos quince kilómetros en bajada. Pero me parecía que todas las células de mi cuerpo se entrechocaban; ni siquiera imaginaba volver a pedalear.

Tomamos un trencito a cremallera. La gente alrededor me miraba fijamente con aire asustado. Cuando llamé a la puerta de Colette Audry, lanzó un gritito sin reconocerme. Me mire en el espejo; había perdido un diente, uno de mis ojos estaba cerrado; mi rostro había doblado de volumen y la piel estaba arañada; me resultó imposible hacer pasar una uva sobre mis labios entumecidos. Me acosté sin comer, esperando apenas recobrar una cara normal.


Se asustaban o se reían al verla, e incluso le echaban la culpa a Sartre de su apariencia, creían que él la había golpeado.

Estaba tan atroz al día siguiente como la víspera; encontré valor para subir a mi bicicleta; era domingo, había un gran número de ciclistas sobre la ruta Chambéry y la mayoría de los que me cruzaban silbaban de asombro o reían con estrépito. En los días siguientes cada vez que entraba en una tienda, todos los rostros se volvían hacia mí. Una mujer preguntó con aire ansioso: “¿Es…un accidente?” Lamenté mucho no haberle contestado: “No, es de nacimiento”. Una tarde, yo me había adelantado a Sartre y  esperaba en una encrucijada. Un hombre me interpeló riendo:  “¡Y lo esperas después de lo que te ha hecho!”

Transcurrieron algunas semanas, Simone continúa narrando:
Poco a poco mi rostro se había deshinchado, mis rasguños se habían cicatrizado, pero no me di el trabajo de remplazar el diente que había perdido en la ruta de Grenoble. Tenía en la barbilla un forúnculo bastante feo que no terminaba de madurar y que supuraba ligeramente: no lo cuidé. Una mañana, sin embargo, me fastidió: me planté ante el espejo, lo apreté y algo blancuzco apareció; apreté más fuerte y durante una fracción de segundo me pareció vivir una de las pesadillas surrealistas donde pronto los ojos florecen en medio de una mejilla: un diente hendía mi carne: el que se había roto en mi caída; se había quedado incrustado allí durante semanas; cuando conté esas historias a mis amigos, se rieron inmoderadamente.
Me preocupaba muy poco de mi apariencia, porque además veía a muy poca gente”.


Simone, no se preocupó por ponerse el diente pronto, ella misma lo relata. Tal vez por ello, en la mayoría de las fotos de esa época no suele sonreír mucho. Sin embargo, en esta foto se alcanza apreciar la falta del diente.

                            Ella, en París, 1946.






martes, 7 de julio de 2015

Sartre,su encuentro con Paul Nizan.

Sartre, su encuentro con Paul Nizan. Su importancia.




A la muerte de su padre, Jean Baptiste Sartre, Jean-Paul tenía tan sólo 15 meses de edad, su madre, Anne-Marie Schweitzer tomó la decisión de regresar a vivir con sus padres, Charles Schweitzer y Louise Guillemin, en donde el pequeño es “la maravilla” de su abuelo, siendo mimado por éste y su madre.
En octubre de 1915 (tenía diez años y tres meses, recuerda con exactitud) se le inscribe en el instituto Henri IV, donde por fin termina haciendo amigos. Su descripción de la experiencia de la vida en común con sus condiscípulos deja poco lugar a los equívocos:

“Hombre entre los hombres corríamos gritando por la plaza del Panteón, era un momento de profunda felicidad; me desprendía de la comedia de la familia; lejos de tener la intención de brillar, me veía como un eco, repetía las consignas y los chistes, callaba, obedecía, imitaba los gestos de mis compañeros; mi única pasión era integrarme”.

                                                                     Liceo Henri IV

Dos años después, en 1917, Anne-Marie consigue la tutela de su hijo y se vuelve a casar con Josep Mancy, ingeniero de la Armada y compañero de curso de su anterior marido, con quien Sartre no tendría una buena relación. El nuevo matrimonio se traslada a vivir a La Rochelle y Sartre ingresa, en septiembre de ese mismo año, en el liceo de la localidad, donde pronto destaca por su peculiar combinación de elegancia, endeblez y altanería. Tal vez como consecuencia de que las relaciones con su padrastro no son en absoluto buenas, nos encontramos ahora con un chico algo distinto al que dejamos dos años atrás, recién ingresado en el Henri IV.  Sus compañeros de clase de estos años lo describen como agresivo, colérico, peleón y desagradable con los demás.

En 1921, ya adolescente, regresa a París y se reincorpora al Henri IV. Allí traba estrecha amistad con el malogrado filósofo Paul Nizan. Reforzado por la complicidad y la camaradería de este, Sartre recupera la seguridad en sí mismo, forjándose en pocos meses una personalidad aplastante. Juntos preparan, ya en el liceo Louis-le-Grand, su ingreso en la prestigiosa y selecta École Nórmale Supérieure, ingreso que se producirá tres años después, en 1924. Allí coinciden ambos con figuras de la talla de Raymond Aron o Georges Canguilhem. Sartre se ha referido siempre a esos años como fundamentales en su vida y en su formación.


                                                         Liceo Louis-le -Grand
                                                  Escuela Normal Superior, París.

Su estrecha amistad con Nizan — habían acabado llamándose «Nitre» y «Sarzan», cruzando sus apellidos— se enfría mientras que se afianza la iniciada con Aron, con quien comparte lecturas e intensas discusiones filosóficas.

Estos años escolares fueron años felices: "En la escuela yo era todo: yo era el futuro, todo Sócrates…”

Fuente: Amo, luego existo. Manuel Cruz.