miércoles, 22 de julio de 2015

Simone de Beauvoir y la vejez.

Las mujeres jóvenes tienen un sentido agudo de lo que conviene hacer y no hacer cuando se deja de ser joven. “No comprendo, dicen, que después de los cuarenta años alguien pueda teñirse de rubio, exhibirse en bikini o coquetear con los hombres. Yo, cuando tenga esa edad…” Esa edad llega: y se tiñen de rubio, usan bikinis y sonríen a los hombres. De la misma manera decretaba yo a los treinta años: “Después de los cuarenta años, hay que renunciar a cierto tipo de amor”. Detestaba lo que yo llamaba “los pellejos” y me prometía formalmente poner el mío en su lugar cuando se le hubiera pasado el momento…” Esto no me había impedido meterme en un asunto a los treinta y nueve años (refiriéndose a su relación con Nelson Algreen). Ahora tenía 44 años (esto en 1952), estaba relegada al país de las sombras pero, como ya he dicho, si mi cuerpo se avenía a ello, mi imaginación no se resignaba. Cuando se me ofreció la ocasión de renacer una vez más, la tomé. (Esto último en alusión a su relación con Claude Lanzmann, 17 años menor que ella, y con el único con quien terminaría viviendo por varios años).

Con este texto se abre la segunda parte del libro “La Fuerza de las Cosas”, de Simone de Beauvoir, en su capítulo sexto. Libro que sería publicado en el año de 1963, al contar Simone con 55 años de edad. Y es un texto a reflexionar, porque, efectivamente, a todos nos pasa, que criticamos estando jóvenes, como si nunca fuéramos a llegar a determinada edad, como si nuestra juventud fuese eterna. Cuando estamos pequeños pensamos que los adolescentes y adultos son "viejos", y cada vez que nos vamos acercando a una edad en la que considerábamos a una persona como "vieja", nuestra percepción cambia completamente, y ahora nos consideramos "todavía jóvenes" y nos sentimos mal, por haberle dicho "vieja" a una persona que no lo era, claro, ahora estamos en esa edad, pero es un círculo, pues ahora los más jóvenes son los que nos juzgaran a nosotros y a nuestros actos, y dirán: yo no haré eso a su edad...el tiempo se encargara de ponerlos en su lugar...

En las Fotos siguientes:
Primer foto: Nelson Algreen, escritor norteamericano, con quien Simone tuviera un tórrido romance.
Segunda foto: Claude Lanzmann, Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre.
Tercer foto: Claude Lanzmann, en la actualidad. Tras la muerte de Simone, se quedó con la dirección de la revista le Temps Modernes, revista que fuera fundada por Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre y Merleau-Ponty



Nelson Algreen, escritor norteamericano,con quien Simone tuviera un tórrido romance.





Claude Lanzmann, Simone de y Jean-Paul Sartre.


Claude Lanzmann, en la actualidad. Tras la muerte de Simone, se quedó con la dirección de la revista le Temps Modernes, revista que fuera fundada por Simone de r, Jean-Paul Sartre y Merleau-Ponty

jueves, 16 de julio de 2015

La inocencia y el despertar de la curiosidad de la pequeña Simone de Beauvoir

La inocencia y el despertar de la curiosidad de la pequeña Simone de Beauvoir.

En 1919 cuando Simone de Beauvoir contaba tan sólo con 11 años, sus padres se mudan de casa a un departamento menos costoso, por lo que para preparar la mudanza sin pendientes, deciden dejarla a ella y a su hermana en casa de su tía Helene, y así, conviviendo con su prima Madeleine, un poco mayor que ella y dado que a Simone le habían prohibido leer ciertos libros o incluso, su madre Francoise, pinchaba con alfileres algunas hojas de ciertos libros, advirtiéndole que eran capítulos que no debía leer. Y  dado que la prohibición que genera la curiosidad y se convierte en un deseo, ese deseo de descubrir qué es aquello que nos prohíben, se dio también en la mayor de la Beauvoir. Aprovechando que estaría con su prima, a la que sí la dejaban leer libros, que sus padres no le permitían, como los “Tres Mosqueteros”, decidió preguntarle a su prima Madeleine de qué trataban los libros prohibidos.

 Entonces, su prima le “explicó” los términos “querida” y “amante”, de la siguiente manera:

“Si tu mamá y mi papá se quisieran, ella sería su querida y él su amante”.

Continuando con las confidencias, su prima le informó de la manera en que nacen los hijos. Simone afirma que se quedó asombrada y confundida, pues había imaginado que los secretos guardados por los adultos tenían mucha importancia…además de que la forma maliciosa en que su prima se lo contaba no coincidía con la insignificancia de sus revelaciones. La pequeña Simone se puso a meditar durante largo tiempo, dado que su prima no había mencionado el problema de la concepción, ella no podía admitir que la ceremonia de casamiento hiciera surgir en el vientre de la mujer un cuerpo de carne; debía ocurrir entre los padres algo orgánico. Nos señala que las expresiones "lazos de la sangre", "hijos de la misma sangre", "reconozco mi sangre", le sugirieron que el día de la boda y una vez por todas se hacía una transfusión de un poco de sangre del marido en las venas de las mujer; era una operación solemne, a la cual asistían el sacerdote y algunos testigos elegidos.” 


Fuente: Memorias de una joven formal. (1958).

viernes, 10 de julio de 2015

Simone de Beauvoir y su tremenda caída de la bicicleta, la pérdida de su diente y el extraño lugar donde lo encontró.

Simone de Beauvoir y su tremenda caída de la bicicleta, la pérdida de su diente y el extraño lugar donde lo encontró.



Con la Bicicleta, su compañera en los viajes por Francia.


A Simone de Beauvoir le gustaba mucho viajar, conocer distintos lugares, no sólo de Francia, sino de otros países, así, y conforme fueron aumentando sus ingresos se dio el gusto de viajar por lugares tan diferentes como Japón, México, Guatemala, Marruecos, Portugal, Egipto, Estados Unidos, etc., pero cuando era joven y sus ingresos todavía no eran muy elevados, entonces igual disfrutaba de los viajes, en bicicleta, la acompañaban a veces diferentes amistades, pocos le seguían el paso, a veces iba con su amigo Bost, otras con su compañero de vida, Sartre, a veces viajaban incluso a pie. En una ocasión, Sartre no le aguantó el paso, y ello no era obstáculo para Simone, pues ella se iba sola a recorrer, a conocer los lugares, a disfrutar de la naturaleza al aire libre; es en su libro “La Plenitud de la vida” donde nos relata de esos viajes, y lo hace de una manera tan amena y descriptiva, que verdaderamente uno se imagina acompañándola por esos lugares, atravesando ciudades hermosas de esa Francia de finales de los años 30´s y principios de los 40´s. Esos años previos y durante la Segunda Guerra Mundial, en la que Francia sufriría la invasión de su territorio por tropas alemanas. 

En una de esas anécdotas de sus viajes en bicicleta, Simone nos relata una especialmente chistosa, pero dejemos que sea ella misma la que se los refiera:

“Desde Niza subimos a la ruta de los Alpes y pasamos por el puerto de los Allos. Una hermosa mañana soleada emprendimos la etapa que debía conducirnos a Grenoble, a casa de Colette Audry. Almorzamos en lo alto de una garganta y tomé vino blanco: no mucho, pero aquel sol a plomo era suficiente para que el alcohol se me subiera levemente a la cabeza. Empezamos a bajar la pendiente; Sartre iba a unos veinte metros delante de mi; de pronto, encontré a dos ciclistas que ocupaban como yo el centro del camino más bien tirando hacia su izquierda; para cruzarlos me corrí hacia el lado donde el terreno estaba libre, mientras ellos se apresuraban a tomar su derecha; me encontré de narices con ellos; mis frenos respondían apenas, imposible detenerme; pasé aún más a la izquierda y patiné sobre el pedregullo del costado a pocos centímetros del precipicio. Pensé en un relámpago: "¡Y sí! ¡Hay que cruzar a la derecha!". Y luego: "¿Es esto la muerte?" Y morí...



Cuando abrí los ojos, estaba de pie, Sartre me sostenía de un brazo; lo reconocía, pero todo estaba oscuro en mi cabeza. Subimos hasta una casa donde me dieron un vaso de aguardiente, alguien me limpió la cara, mientras Sartre trepaba en su bicicleta para ir a buscar a un médico que se negó a venir. Cuando Sartre regresó, yo había recobrado un poco mi lucidez; recordaba que estábamos de viaje, que íbamos a ir a ver a Colette Audry. Sartre sugirió que volviéramos a montar sobre nuestras bicicletas: no habría que cubrir más que unos quince kilómetros en bajada. Pero me parecía que todas las células de mi cuerpo se entrechocaban; ni siquiera imaginaba volver a pedalear.

Tomamos un trencito a cremallera. La gente alrededor me miraba fijamente con aire asustado. Cuando llamé a la puerta de Colette Audry, lanzó un gritito sin reconocerme. Me mire en el espejo; había perdido un diente, uno de mis ojos estaba cerrado; mi rostro había doblado de volumen y la piel estaba arañada; me resultó imposible hacer pasar una uva sobre mis labios entumecidos. Me acosté sin comer, esperando apenas recobrar una cara normal.


Se asustaban o se reían al verla, e incluso le echaban la culpa a Sartre de su apariencia, creían que él la había golpeado.

Estaba tan atroz al día siguiente como la víspera; encontré valor para subir a mi bicicleta; era domingo, había un gran número de ciclistas sobre la ruta Chambéry y la mayoría de los que me cruzaban silbaban de asombro o reían con estrépito. En los días siguientes cada vez que entraba en una tienda, todos los rostros se volvían hacia mí. Una mujer preguntó con aire ansioso: “¿Es…un accidente?” Lamenté mucho no haberle contestado: “No, es de nacimiento”. Una tarde, yo me había adelantado a Sartre y  esperaba en una encrucijada. Un hombre me interpeló riendo:  “¡Y lo esperas después de lo que te ha hecho!”

Transcurrieron algunas semanas, Simone continúa narrando:
Poco a poco mi rostro se había deshinchado, mis rasguños se habían cicatrizado, pero no me di el trabajo de remplazar el diente que había perdido en la ruta de Grenoble. Tenía en la barbilla un forúnculo bastante feo que no terminaba de madurar y que supuraba ligeramente: no lo cuidé. Una mañana, sin embargo, me fastidió: me planté ante el espejo, lo apreté y algo blancuzco apareció; apreté más fuerte y durante una fracción de segundo me pareció vivir una de las pesadillas surrealistas donde pronto los ojos florecen en medio de una mejilla: un diente hendía mi carne: el que se había roto en mi caída; se había quedado incrustado allí durante semanas; cuando conté esas historias a mis amigos, se rieron inmoderadamente.
Me preocupaba muy poco de mi apariencia, porque además veía a muy poca gente”.


Simone, no se preocupó por ponerse el diente pronto, ella misma lo relata. Tal vez por ello, en la mayoría de las fotos de esa época no suele sonreír mucho. Sin embargo, en esta foto se alcanza apreciar la falta del diente.

                            Ella, en París, 1946.






martes, 7 de julio de 2015

Sartre,su encuentro con Paul Nizan.

Sartre, su encuentro con Paul Nizan. Su importancia.




A la muerte de su padre, Jean Baptiste Sartre, Jean-Paul tenía tan sólo 15 meses de edad, su madre, Anne-Marie Schweitzer tomó la decisión de regresar a vivir con sus padres, Charles Schweitzer y Louise Guillemin, en donde el pequeño es “la maravilla” de su abuelo, siendo mimado por éste y su madre.
En octubre de 1915 (tenía diez años y tres meses, recuerda con exactitud) se le inscribe en el instituto Henri IV, donde por fin termina haciendo amigos. Su descripción de la experiencia de la vida en común con sus condiscípulos deja poco lugar a los equívocos:

“Hombre entre los hombres corríamos gritando por la plaza del Panteón, era un momento de profunda felicidad; me desprendía de la comedia de la familia; lejos de tener la intención de brillar, me veía como un eco, repetía las consignas y los chistes, callaba, obedecía, imitaba los gestos de mis compañeros; mi única pasión era integrarme”.

                                                                     Liceo Henri IV

Dos años después, en 1917, Anne-Marie consigue la tutela de su hijo y se vuelve a casar con Josep Mancy, ingeniero de la Armada y compañero de curso de su anterior marido, con quien Sartre no tendría una buena relación. El nuevo matrimonio se traslada a vivir a La Rochelle y Sartre ingresa, en septiembre de ese mismo año, en el liceo de la localidad, donde pronto destaca por su peculiar combinación de elegancia, endeblez y altanería. Tal vez como consecuencia de que las relaciones con su padrastro no son en absoluto buenas, nos encontramos ahora con un chico algo distinto al que dejamos dos años atrás, recién ingresado en el Henri IV.  Sus compañeros de clase de estos años lo describen como agresivo, colérico, peleón y desagradable con los demás.

En 1921, ya adolescente, regresa a París y se reincorpora al Henri IV. Allí traba estrecha amistad con el malogrado filósofo Paul Nizan. Reforzado por la complicidad y la camaradería de este, Sartre recupera la seguridad en sí mismo, forjándose en pocos meses una personalidad aplastante. Juntos preparan, ya en el liceo Louis-le-Grand, su ingreso en la prestigiosa y selecta École Nórmale Supérieure, ingreso que se producirá tres años después, en 1924. Allí coinciden ambos con figuras de la talla de Raymond Aron o Georges Canguilhem. Sartre se ha referido siempre a esos años como fundamentales en su vida y en su formación.


                                                         Liceo Louis-le -Grand
                                                  Escuela Normal Superior, París.

Su estrecha amistad con Nizan — habían acabado llamándose «Nitre» y «Sarzan», cruzando sus apellidos— se enfría mientras que se afianza la iniciada con Aron, con quien comparte lecturas e intensas discusiones filosóficas.

Estos años escolares fueron años felices: "En la escuela yo era todo: yo era el futuro, todo Sócrates…”

Fuente: Amo, luego existo. Manuel Cruz.