"Esta búsqueda del placer rara vez se reduce al simple ejercicio de una función; por lo común es una aventura en que cada miembro de la pareja realiza su existencia y la del otro de una manera singular; en el deseo, la turbación, la conciencia se hace cuerpo para alcanzar al otro como cuerpo para fascinarlo y poseerlo; hay una doble encarnación recíproca y transformación del mundo que se vuelve mundo del deseo. La tentativa de posesión fracasa fatalmente, puesto que el otro sigue siendo sujeto; pero antes de concluir, el drama de la reciprocidad es vivido en el abrazo bajo una de sus formas más extremas y reveladoras. Si adopta la figura de una lucha engendra hostilidad; la más de las veces implica una complicidad que inclina a la ternura. En una pareja que se ama con un amor en que se suprime la distancia del yo al otro, aun el fracaso es superado.
Dado que en el abrazo amoroso el sujeto se hace existir como cuerpo fascinante, tiene una cierta relación narcisista consigo mismo. Sus cualidades viriles o femeninas son afirmadas, reconocidas; se siente valorizado. Ocurre que la preocupación de esa valorización ordena toda la vida amorosa; se convierte en una perpetua empresa de seducción, una constante afirmación de vigor viril, de encanto femenino: la exaltación del personaje que se ha elegido representar.
Como se ve, las gratificaciones que el individuo saca de actividades sexuales son de una gran diversidad y de una gran riqueza. Ya busque ante todo el placer, o la transfiguración del mundo por el deseo, o cierta representación de sí, ya apunte a todos esos fines al mismo tiempo, se comprende que el hombre o la mujer se resistan a renunciar a ellos"...
Simone de Beauvoir en "la vejez" (1970).
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