“La peor parte” es el título del libro que Fernando Savater escribió para relatar parte de la historia de amor con Sara Torres Marrero, mejor conocida como “Pelo Cohete”, ¿por qué le decían Pelo Cohete?, pues porque en la época en que Fernando Savater la conoció, siendo ya él un filósofo y escritor famoso y ella una de sus alumnas, solía usar el pelo erguido, tipo cresta punk)…”tenía un corte de pelo a lo punk, con puntas disparadas hacia arriba, origen de su apodo que ella misma adoptó como nombre de guerra para siempre, aunque no mantuvo demasiado esa moda capilar. Recuerdo que uno de los primeros regalos que le traje al volver de uno de mis viajes a Londres fue un pequeño busto de una Punk con cresta coloreada mucho más llamativa que la suya, comprado en Carnaby St.”.
Blog dedicado a un amor, dos corazones, dos cerebros, dos amigos, dos seres que decidieron simplemente vivir a su modo. Acompáñenos en este camino por conocer no sólo a dos grandes pensadores del siglo XX, sino además, sus anécdotas, sus vivencias, sus tristezas y sus alegrías, porque todo ello fue edificando sus ideologías y pensamientos.
martes, 9 de marzo de 2021
La peor parte...de Fernando Savater
domingo, 2 de agosto de 2020
"Morir prematuramente o envejecer..."
“Morir prematuramente o envejecer: no hay
otra alternativa. Y sin embargo, como escribió Goethe: “La edad se apodera de
nosotros por sorpresa”. Cada uno es para sí el único sujeto y solemos
asombrarnos cuando la suerte común llega a ser la nuestra: enfermedad, ruptura,
duelo. Recuerdo mi estupefacción cuando, gravemente enferma por primera vez en
mi vida, me decía yo: “Esta mujer a la que trasladan en una camilla soy yo”. Sin embargo, los accidentes contingentes se
integran fácilmente en nuestra historia porque los afectan en su singularidad:
la vejez es un destino, y cuando se apodera de nuestras vidas nos deja
estupefactos. “Pero ¿qué ha pasado? La vida, y soy viejo”, escribe Aragón. Que
el desenvolvimiento del tiempo universal haya conducido a una metamorfosis, eso
es lo que nos desconcierta. Ya a los 40 años me sentí incrédula cuando,
plantada delante de un espejo, me dije: “Tengo 40 años”…la vejez es
particularmente difícil de asumir porque siempre la habíamos considerado como
una especie extranjera: entonces me he convertido en otra mientras sigo siendo
yo misma?
“Falso problema, me dicen. Mientras usted
se siente joven, lo es”. Esto es ignorar la compleja verdad de la vejez: es una
relación dialéctica entre mi ser para el otro, tal como se define
objetivamente, y la conciencia que tomo a través de él. En mí, el otro es el
que tiene edad, es decir, el que soy para los otros; y ese otro soy yo. Por lo
común nuestro ser para el otro se multiplica como el otro mismo. Toda palabra
dicha sobre nosotros puede recusarse en nombre de un juicio diferente. En este
caso, no está permitida ninguna discusión; las palabras “un sexagenario”
traducen para todos el mismo hecho. Corresponden a fenómenos biológicos que un
examen detectaría. Sin embargo, nuestra experiencia personal no nos indica el
número de nuestros años. Ninguna impresión cenestésica nos revela las
involuciones de la senectud. Este es uno de los rasgos que distinguen a la
vejez de la enfermedad. Ésta anuncia su presencia y el organismo se defiende
contra ella a veces de una manera más perjudicial que el propio estímulo;
existe con más evidencia para el sujeto que la sufre que para quienes le rodean,
que a menudo desconocen su importancia. La vejez se presenta con más claridad a
los otros que al sujeto mismo; es un nuevo estado de equilibrio biológico; si la
adaptación se opera sin tropiezos, el individuo que envejece lo nota. Los
montajes, los hábitos permiten paliar durante mucho tiempo las deficiencias
psicomotrices.
Referencias: De Beauvoir S. (1983) La vejez. (1ª. ed. Bernárdez A Trad). Ciudad de México: Hermes.
jueves, 11 de julio de 2019
Simone de Beauvoir, algunas reflexiones acerca de la vejez.
Simone de Beauvoir con Nelson Algren. |
Simone de Beavouir con Claude Lanzmann |
lunes, 1 de julio de 2019
Las criticas a "La Mujer Rota" de Simone de Beauvoir.
Simone de Beauvoir y su hermana,Hélène de Beauvoir. |
"Desde hacía mucho tiempo que deseabámos, mi hermana y yo, que ella ilustrara un inédito mío, nunca habíamos dado con uno suficientemente breve. El relato que da su nombre al libro, La mujer rota, tenía las dimensiones requeridas y le inspiró grabados muy hermosos. Quise que el público conociera la existencia de ese volumen, de tirada restringida, firmado con el nombre de ambas, por lo que permití que mi texto apareciera por entregas en Elle, acompañado de los dibujos de mi hermana.
Me vi inundada de inmediato de cartas de mujeres separadas, semiseparadas o en trámites de separación. Identificándose con la heroína, le atribuían todas las virtudes y se asombraban de que siguiera ligada a un hombre indigno; su parcialidad indicaba que en relación con su marido, con su rival, con ellas mismas, compartían la ceguera de Monique. Sus reacciones reposaban sobre un enorme contrasentido.
Otros muchos lectores dándole al relato la misma interpretación simplista, lo declararon insignificante. La mayoría de los críticos probaron con sus reseñas que lo habían leído muy mal. Con la primera entrega de Elle, Bernarde Pivot, se apresuró a declarar en Le Figaro litté-raire que, dado que La mujer rota aparecía en una revista femenina, se trataba de una novela para modistillas, una novela rosa. La expresión fue retomada en numerosos artículos, cuando lo cierto es que nunca escribí nada más sombrío que esta historia: toda la segunda parte es un grito de angustia y la pulverización final de la heroína es más lúgubre que una muerte.
El aturdimiento de mis censores no me asombró, pero no entendí por qué este librito desencadenó tanto odio. Defendiéndolo contra Pivot durante un debate literario retransmitido por radio, Claire Etcherelli estuvo a punto de retirarse. "Lo que usted hace no tiene nada que ver con la critica literaria", le dijo, con una voz temblorosa de indignación; él provocaba la risa de los asistentes con bromas groseras.
Kanters me atacó con virulencia durante una discusión con Pierre-Henri Simón: éste objetó dulzonamente que a partir de Una muerte muy dulce yo ya no pretendía hacer literarura. Uno de mis detractores declaró en la radio: "Lamento haber escrito este artículo después de haber visto a Simone de Beuavoir en la calle Rennes, los brazos colgando, hosca, marchita. Hay que tener piedad de los ancianos. Por eso Gallimard continúa publicándole". Un minuto después, sin registrar la contradicción, cambiaba con su compadre guiños astutos: "Su novela es un best seller. Pues sí, es un best seller". Mi editor, entonces, no había hecho un mal negocio. Aun sabiendo lo mucho que Mathieu Galey detesta a las mujeres, su grosería me desconcertó: "¡Pues sí, señora, es triste envejecer!", escribió en su crónica. Muchos deploraron que esta última obra fuese tan indigna de Los mandarines y El Segundo Sexo. ¡Qué hipocresía! En su momento maltrataron a la primera y arrastraron por el lodo a la segunda. Es justamente a causa de las posiciones que en ellas tomé que todavía hoy me detestan tanto.
Con muy raras excepciones el juicio de los críticos me es indiferente: sólo me fío de algunos amigos exigentes. Pero lamento que por su malevolencia una parte del público no haya tenido ganas de leerme y que otra haya abordado mi novela con prevenciones. Hay mujeres a las cuales mis ideas perturban, y que se apresuraron a creer lo que se decía de mí, aprovechando para sentirse superiores. "Esperó a tener sesenta años para descubrir lo que sabe cualquier mujercita" dijo una de ellas, sin que yo haya sabido a qué descubrimiento hacía alusión. Me ha afectado más la reacción de algunas luchadoras feministas, decepcionadas porque mis relatos no tenían nada de militantes. "Nos ha traicionado", opinaron, en cartas de reproche. Nada impide derivar una conclusión feminista de La mujer rota; su desdicha proviene de la dependencia que ha tolerado. Pero además, no me siento obligada a elegir heroínas ejemplares. Describir el fracaso, el error, la mala fe, no implica, creo, traicionar a nadie.
En un reportaje en televisión a propósito de una de sus exposiciones, el interlocutor le preguntó a mi hermana: "¿por qué eligió ilustrar ese libro, el más mediocre de los que ella ha escrito?" Mi hermana lo defendió con calor, agregando: "Hay dos categorías de seres a los que les gusta: los seres simples, a los que el drama de Monique conmueve; los intelectuales que captan las intenciones del libro. No gustan de él los semiintenlectuales, no lo bastante sutiles como para entenderlo, demasiado pretenciosos como para leerlo con ojos ingenuos". No creo que esto sea totalmente cierto. Se pudo percibir mis intenciones y deducir un fracaso. Pero el hecho es que he estado sostenida por la gente que más estimo y que los que me atacaron nunca me dieron una razón válida.
Como para las Bellas imágenes, una de las objeciones fue: "No es Simone de Beauvoir; no es el mundo de Simone de Beauvoir, habla de seres que no nos interesan". Sin embargo, muchos lectores pretenden encontrarme en todos mis personajes femeninos. La Laurence de Las bellas imágenes, disgustada de la vida hasta la anorexia, sería yo. La universitaria colérica de La edad de la discreción, sería yo. "Todos lo piensan" (me dijo una amiga). Eres tú, Sartre y la madre de Sartre. Para el hijo, se duda entre varios nombres". La mujer rota, por supuesto, solo podía ser yo. "Para escribir esta historia es necesario haber pasado por esto. Entonces, en sus memorias no ha contado todo", dijeron algunos. Otros fueron más lejos. Una corresponsal me preguntó si era cierto que, como pretendía la presidenta de un club literario, Sartre había roto conmigo. Mi amiga Stépha observó a sus interlocutores que yo no tenía cuarenta años, que yo no había tenido hijas, y que mi vida no se parecía en nada a la de Monique; quedaron convencidos. "Pero (dijo un impaciente), ¿por qué trata de que todas sus novelas, tengan un aire autobiongráfico? "Tan solo trata de que suenen verdaderas", les dijo Stépha".
Tomado de "Final de cuentas", páginas 124-126.
lunes, 24 de junio de 2019
Sartre y la libertad.
“No hay camino marcado que conduzca al hombre a su salvación; este debe inventar constantemente su propio camino. Pero para inventarlo es libre, responsable, no tiene excusas, y en él reside toda esperanza.”
viernes, 21 de junio de 2019
La mujer rota. Simone de Beauvoir.
martes, 11 de julio de 2017
El pacto de la relación entre Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre: amores contingentes.
Simone de Beauvoir nos relata en su libro, "la plenitud de la vida":
Imagen de la película "los amantes del café de Flore". |