Sartre en la segunda guerra mundial, su transformación y la fundación del movimiento Socialismo y Libertad.
“Así pues, yo estaba allí, en el
frente, vestido de uniforme, que por cierto me quedaba muy mal, en medio de
otras personas que llevaban el mismo uniforme que yo; teníamos una relación que
no era familiar ni amistosa y que sin embargo era muy importante. Desempeñábamos
papeles que nos eran distribuidos desde fuera. Yo lanzaba globos meteorológicos
y lo miraba con un anteojo. Me habían enseñado a hacerlo cuando ni siquiera
pensaba que lo utilizaría, durante el servicio militar. Y allí estaba en el
frente, haciendo ese oficio, entre desconocidos, que hacían el mismo trabajo
que yo, que me ayudaban a hacerlo, a quienes yo ayudaba. Mirábamos cómo subían
los globos de entre las nubes a algunos kilómetros de distancia del ejército
alemán, donde había soldados como nosotros, que también se ocupaban de eso, y
donde había otros soldados que se disponían a atacarnos. Eso era un hecho
absolutamente histórico. Me encontré bruscamente dentro de una masa, en la que
me habían asignado un papel concreto y estúpido que debía interpretar y que
interpretaba frente a otros individuos, vestidos como yo con uniformes
militares, y que tenían la función de desbaratar lo que nosotros hacíamos y, al
final, atacar.
La segunda, y la más importante
toma de conciencia, se produjo por la derrota y el cautiverio. A partir de
cierto momento, fui retrocediendo hacia otras posiciones junto con mis
compañeros; llegamos en camión a una ciudad; nos instalamos en ella; dormíamos
en las casas de los lugareños; nos enfrentábamos con alsacianos de mentalidad
muy variable. Recuerdo a un campesino alsaciano que estaba a favor de los alemanes
y que sostenía tesis progermánicas, en contra de las nuestras; dormíamos, nos
marchábamos, pero no sabíamos si escaparíamos del ejército alemán. Nos quedamos
en aquella zona tres o cuatro días. Los
alemanes se acercaron. Una noche oímos los cañonazos que disparaban sobre un
pueblo a una decena de kilómetros de donde nosotros estábamos; lo veíamos bien
al final de la llana carretera, y sabíamos que los alemanes llegarían al día
siguiente. Y también entonces me impresionaron históricamente aquellos hechos,
que eran pequeños acontecimientos que no se escribirían en ningún libro de
texto, en ninguna historia de la guerra; un pueblecito era bombardeado; otro
esperaba ser tomado al día siguiente. Había gente acorralada allí, esperando
que los alemanes se ocuparán de ellos. Yo fui a acostarme; habíamos sido
abandonados por nuestros oficiales que fueron a pasearse por el bosque vecino
con una bandera blanca en la cabeza y fueron hechos prisioneros como nosotros,
pero a diferentes horas. Soldados y sargentos nos quedamos allí, nos dormimos y a
la mañana siguiente oímos voces, disparos, gritos. Me vestí rápidamente; sabía
que aquello quería decir que iba a caer prisionero. Salí; había dormido en la
casa de unos campesinos situada en la plaza del pueblo; y salí; y recuerdo que
tuve la impresión de que interpretaba una escena en una película, de que
aquello no era verdad. Había un cañón que disparaba contra la iglesia, donde
sin duda se habían escondido resistentes llegados la víspera; no era
ciertamente gente de nuestro batallón, puesto que no soñábamos resistir, además
tampoco disponíamos de medios.
Atravesé la plaza bajo el fuego de los
alemanes, para llegar donde ellos estaban; me empujaron y me metieron dentro de
un inmenso grupo de muchachos que iban hacia Alemania. Esto lo he contado ya en
La Muerte en el Alma pero lo atribuí
a Brunet. Caminábamos y no sabíamos muy bien qué iban a hacer con nosotros.
Algunos esperaban que nos liberarían dentro de ocho o quince días. Eso ocurrió
el 21 de junio, día de mi cumpleaños y día del armisticio. Caímos prisioneros
unas horas antes de que se firmará el armisticio. Nos llevaron a un cuartel de
la gendarmería, y también allí entendí qué era la verdad histórica. Me enteré
de que yo vivía en una nación expuesta a diferentes peligros y que estaba
expuesto a esos peligros. Había una especie de unidad entre los hombres que estaban
allí; una idea de derrota, una idea de estar prisionero, que en aquel momento
parecía mucho más importante que todo lo demás. Todo lo que antes había escrito
y aprendido, ya no me parecía válido, ya no tenía un contenido. Había que estar
allí, comer cuando nos daban de comer, lo que sucedía pocas veces; algunos días
no comíamos absolutamente nada porque no habían previsto que fuéramos tantos los
prisioneros. Dormíamos en aquel cuartel, en el suelo, en diferentes sitios. Yo
estaba en la buhardilla con un montón de compañeros, dormíamos en el suelo,
muertos de hambre, y así pasamos dos, tres días, como muchos compañeros,
delirando, porque no teníamos nada que comer, echados en el suelo; había horas
de delirio y horas de sangre fría, eso dependía. Los alemanes no se ocupaban de
nosotros. Nos amontonaron aquí, y luego, un buen día, nos dieron un poco de pan
y empezamos a estar mejor. Y después, por último, nos metieron en un tren y nos
llevaron a Alemania. Aquello fue un duro golpe, pues aún éramos vagamente
optimistas. Yo pensaba que nos quedaríamos allí, en Francia, y que un buen día,
cuando los alemanes se hubieran instalado nos dejarían en libertad y nos
enviarían a casa. Cosa que no estaba dentro de sus cálculos, pues nos llevaron
más allá de Tréveris, a un campo de prisioneros; al otro lado del campo había
una carretera y, al otro lado de la carretera, un cuartel alemán. Yo seguí
prisionero sin hacer nada. No hacía nada, charlaba con los prisioneros, hice algunas
amistades, con los curas, con un periodista.
Permanecí en Alemania hasta el
mes de marzo. Y aquí conocí de una manera extraña, pero que me marcó, a una
sociedad con clases, series, gente que estaban en unos grupos, y gente que estaban en
otros; una sociedad de vencidos, alimentados por un ejército que les tenía
prisioneros. Y sin embargo, la sociedad entera estaba allí. No había oficiales,
éramos simples soldados; yo era soldado raso, y aprendí a obedecer órdenes
malintencionadas, a comprender lo que era un ejército enemigo. Como todo el
mundo, mantenía relaciones con los alemanes, ya para obedecerles, ya para
escuchar sus conversaciones ineptas y orgullosas; allí estuve hasta que me hice
pasar por civil y me liberaron. Me llevaron en tren hasta Drancy y me metieron
en unos cuarteles de guardias móviles, unos cuarteles inmensos como rascacielos.
Había tres o cuatro, llenos de prisioneros; a los quince días me pusieron en
libertad.
Había descubierto en cierto modo,
un mundo social y había averiguado que estaba forjado por la sociedad, al menos
desde cierto punto de vista; pero forjado en mi cultura, y en algunas de mis
necesidades, en mi manera de vivir. Había sido reformado en cierto modo por el
campo de prisioneros. Vivíamos en grupo, apiñados, nos tocábamos todo el tiempo
y recuerdo haber escrito que, en mi primer día de libertad en París, quedé
extrañado al ver a la gente, sentada en un café, a tales distancias. Aquello me
parecía un espacio desperdiciado. Volví, pues, a Francia, con la idea de que
los otros franceses no se daban cuenta de eso; de que algunos sí se daban
cuenta, los que habían sido puestos en libertad, pero que no había nadie que
les decidiera a resistir. Eso era lo primero que había que hacer al volver a París:
crear un grupo de resistencia; reunir, poco a poco, el mayor número de gente
para la resistencia y crear un movimiento de violencia que echara a los
alemanes. No estaba seguro de que fuera posible, pero teníamos un 80% de
posibilidades (siempre fui optimista) de lograrlo; ellos tenían un 20 %.
Incluso en ese caso, pensaba que era necesario resistir, a pesar de todo,
porque terminarían por cansarse, de una u otra manera; al igual que Roma, que
conquistaba territorios pero terminaba perdiéndose en ellos.
El fascismo se presentaba
primeramente como un anticomunismo y, por consiguiente, una de las resistencias
era ser comunista, o al menos socialista. Es decir, tomar una postura
absolutamente opuesta a la del nacionalsocialismo. La mejor manera de oponerse
a los nazis era insistir en el deseo de una sociedad socialista. Por eso
creamos el movimiento Socialismo y Libertad”.
Fuente: Conversaciones con Jean
Paul Sartre. Editorial Hermes.